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jueves, 18 de febrero de 2016

Versión políticamente correcta del cuento de Caperucita

Adaptación de la obra de James Finn Garner (1994) Cuentos infantiles políticamente correctos:


Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja, que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma, todo lo contrario, pues gozaba de completa salud física y mental, y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma, como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Sin embargo, Caperucita Roja poseía la suficiente confianza en sí misma como para verse intimidada por tales habladurías.

De camino a casa de su abuela, Caperucita se vio abordada por un lobo, que le preguntó qué llevaba en la cesta.

- Un saludable tentempié para mi abuela, quien, sin duda, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma, como persona adulta y madura que es -respondió.

- No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella, debido a tu tradicional condición de proscrito social. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.

Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo se le adelantó, ya que conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en el hogar de la anciana, la devoró, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías, sal y colesterol, en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.

- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.

- ¡Oh! -exclamó Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!

- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

- Y..., abuela, ¡qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

- Soy feliz de ser quien soy y lo que soy-. A continuación, saltó de la cama y agarró a Caperucita entre sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Alzó su hacha y, en ese momento, tanto el lobo como Caperucita se detuvieron inmediatamente.

- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

- ¿Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neanderthal cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo? -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, así que decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad, basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices y no comieron perdices, por estar prohibida la caza, sino pollo asado.

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